Adicta a las pajas











{25 May 2009}   El día 1 es demasiado largo…

Mi primer día de terapia no había empezado exactamente como me lo imaginaba, de hecho difícilmente podría haber empezado de una forma peor que cayendo irremisiblemente en mi adicción a los pocos minutos de despierta. Me metí bajo el agua de la ducha dispuesta a purificarme por completo. Aquello sería como un baño bautismal. El psicólogo me avisó de las recaídas, y me dejó claro que no debía olvidarlas bajo ningún concepto, sino que formaban parte del tratamiento en sí. Si olvidaba estas recaídas, sería como si nunca hubiesen sucedido, y esa no era la intención. Pensaba tenerlo bien presente, pero aun así, quise considerar la ducha como un punto y aparte. Vale, había sucumbido a la tentación orgásmica a las primeras de cambio, pero a partir de ese momento pensaba luchar con todas mis fuerzas.

Una vez más, fue cuestión de minutos.

Me metí en la ducha y dejé que el agua templada mojase mi cabello y resbalase por mi cuerpo como si fuera un ente de largos dedos acariciando mi cuerpo. Con la maldita intención de no olvidar mi paja de unos minutos antes, no conseguía quitarme de la cabeza el tremendo orgasmo que había sacudido mi cuerpo. Cerré los ojos y empecé a lavarme la cabeza, generando riadas de espuma que descendieron hasta el fondo de la ducha a través de mi cuerpo. Así, con los ojos cerrados, la espuma deslizándose delicadamente por mi piel, mis manos masajeando mi pelo y los recuerdos de lo que había pasado poco antes, comencé a excitarme de nuevo.

Casi inadvertidamente, una mano cayó de mi cabeza a mis pechos, donde comenzó a expandir alentadoras caricias sobre unos pezones duros desde antes de empezar. Recuperé el sentido en un momento de lucidez, y conseguí reprimir mis deseos. Abrí los ojos y un poco de champú entró en ellos, provocándome un molesto escozor. Me enjuagué y aclaré el pelo mientras maldecía al champú. Al menos aquello ocupó mi mente durante un tiempo. Tras terminar de lavarme el pelo, comencé a enjabonar el resto del cuerpo, sin olvidar ni un solo rincón de mi cuerpo. Cuando le llegó el turno a mi pubis, apenas lo rocé de soslayo, temerosa de las consecuencias. Me di cuenta de lo absurdo de la situación, por lo que me decidí a lavarme en condiciones… demasiado en condiciones, tal vez. Mis manos se deslizaron sin problema por mi rajita llena de espuma. Pronto advertí que estaba frotando con demasiado entusiasmo. Jadeaba sin parar y mi clítoris latía como si tuviera voluntad propia. Giré la llave del agua fría y pegué un fuerte grito cuando el agua helada impacto sobre mi cuerpo. Me libré de los restos de jabón y salí de la ducha, casi despavorida.

Estaba completamente sin control. Me helé de frío frente al espejo, desnuda, chorreando agua sobre el suelo. Me miré fijamente a los ojos, tratando de buscar una explicación, tratando de encontrar una solución para poder controlarme. Estaba decidida a ello. «Tú puedes, Susana», me repetí en voz alta varias veces. Tras calmar mi respiración y, aparantemente, evitar un nuevo brote de lujuria, tomé una toalla y procedí a secarme. Mis pezones seguían duros, pero quise pensar que esta vez no era producto de la líbido, sino del frío. De hecho, estaba casi tiritando. Me enrollé la toalla al cuerpo, me sequé el pelo y regresé a la habitación para vestirme. Antes de salir de casa, me miré al espejo de forma triunfal, había conseguido resistir las ganas de tocarme. Tal vez la terapia fuese beneficiosa después de todo.

Resultó ser un día maravilloso. Ocupada en mis quehaceres, mantuve alejado en todo momento al fantasma de la masturbación. Tuve momentos de un pequeño bajón, pero conseguí reunir las fuerzas necesarias como para no necesitar meterme el dedo. Hasta que fui a hacer la compra. Con la idea de hacerme una sabrosa y sana ensalada, adquirí distintos tipos de lechuga, tomates, cebollas y, en el último momento, unos pepinos que tenían una pinta realmente estupenda, de tamaño generoso y un tacto que hacía presagiar que estaban simplemente en su punto. Ese tacto ligeramente rugoso disparó todas las alarmas en mi cuerpo. A cada paso que daba de vuelta a casa, mis ojos se desviaban una y otra vez hacia la bolsa de la compra, desde cuyo interior me miraban aquellos pepinos tan hermosos. La boca se me estaba haciendo agua, y el chichi iba por el mismo camino. Aceleré el ritmo, mis pulsaciones se dispararon. Casi hubiera sido capaz de pararme en mitad de la calle, bajarme las bragas y meterme uno de aquellos fantásticos pepinos. Me horrorizó pensar en aquello, pero lo que es peor, me excitó tremendamente. Me metí en el primer bar que encontré y fui directa a los aseos. Dejé la bolsa encima de la repisa de mármol y me mojé la cara con agua fría. Me miré al espejo, sorprendida de mi forma de actuar. La bolsa se había ladeado y un pepino se había quedado a medio salir de la misma. Alterné la mirada entre el pepino y mi cara reflejada en el espejo. «De acuerdo, si eso es lo que tanto deseas, perra, adelante», murmuré entre susurros casi inaudibles. Agarré el pepino y me metí en uno de los cubículos.

Levanté el vestido hasta la cintura y me bajé el tanga hasta las rodillas. No me sorprendió en absoluto ver el brillo de mi flujo empapando la pequeña prenda íntima, ni sentir en mis propios dedos que tenía el coño empapado. «Estoy cachonda como una zorra en celo», pensé para mis adentros, mientras mi humedad interior impregnaba mi mano, que se dedicaba a esparcir los fluidos vaginales por mis labios. Me metí un dedo y cerré los ojos, reprimiendo un gemido, retorciéndome allí sentada en el urinario. Recordé de inmediato el pepino que sujetaba en la otra mano. Escupí sobre él, y lo mojé bien mojado, mezclando saliva y flujos. Moví las piernas para intentar deshacerme del tanga, que se quedó enredado en el tacón de uno de mis zapatos, el que puse en alto contra la pared, en una postura que dejaba mi conejito completamente abierto, rezumando fluidos. El pepino entró a la perfección, adaptándose de inmediato a mi vagina, que lo aceptó sin ningún reparo. La particular textura del vegetal me producía unas vibrantes sensaciones, distintas a cualquier otra cosa, pero igualmente placenteras. La estancia se llenó de inmediato con el ruido de mis jadeos y el de aquel pepino entrando y saliendo de mi chochito encharcado, con un característico ‘chop chop’. Nada podía pararme, estaba embalada rumbo al orgasmo, cuando el ruido de la puerta al abrirse me sobresaltó sobre manera. Me detuve en seco, escuchando el taconeo de la desconocida que acababa de entrar en los servicios, oí pacientemente el desenlazado del cinturón, el desabotonado del pantalón, la cremallera al abrirse, unos probablemente ceñidos pantalones deslizándose, de nuevo un ligero taconeo mientras aseguraba la posición, y el característico ruido del chorrito de líquido al reunirse con el agua del váter. Mis manos se habían parado en seco, pero aquella orgía de sonidos y ruiditos me llegó mientras un orgasmo me hacía temblar de arriba abajo, con el pepino saliendo de mi coño de forma horrorosamente lenta. Aún me pregunto cómo fui capaz de reprimir cualquier sonido por mi parte, mientras me corría por la pata abajo. El pepino salió por completo y cayó al suelo, donde rodó hasta el siguiente compartimento.

El chorrete que mi improvisada compañera expulsaba se vio interrumpido, y las palabras «¿Pero qué coño…?» ocuparon su lugar, rompiendo el abrumador silencio. Entre los estertores del orgasmo, reuní la fuerza necesaria para levantarme y salir rápidamente de allí, con el rostro rojo como un tomate, muerta de vergüenza, y mis fluidos mojando mis muslos por culpa de la fuerza de la gravedad, y porque directamente había olvidado también el tanga, probablemente en el suelo del baño. Unas lágrimas se formaron en mis ojos mientras apretaba el paso hasta llegar a casa, al tiempo que trataba de esforzarme en imaginar qué pensaría aquella mujer, tras encontrarse con un pepino oliendo a conejo fresco y un pequeño tanga empapado tirado en el suelo del baño.

Día 1 de terapia: aún no ha acabado el día y me he masturbado sin pudor alguno fuera de casa. Esto tiene que acabar. Como sea.



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et cetera